febrero 24, 2011

Sinceridad cotidiana

Me cuesta el silencio, me cuesta abrirle espacio a Dios. Y vengo aquí de nuevo a sincerarme. Acaso puedo hacer otra cosa que reconocer mi impotencia.

Nada nuevo.

Dios no se cansa de mí, y la muestra es tal, que me ama, me ama en breves espacios donde estoy lo suficientemente dormida para inyectarme ansiedades y lo suficientemente despierta para creer que lo invento, la confiada certeza del corazón...


En este momento se me ocurre que aún para abrirle espacio, necesito Su ayuda. El temor y la apatía parecen remedos de novio que no me quieren soltar para conocer el amor.

Por eso creo que Dios como amante silencioso aprovecha momentos, y tenues instantes de Gracia para romper la dureza de mi alma cansada.

Pienso que lo lograré, que llegará ese encuentro. Que tal vez puede surgir entre lo que no es anticipado y programado (aunque puede alimentarse por ello).

Ahora mientras escribo, me dedica una canción. Y no precisamente "cristiana". Ese es Dios, el que sabe hablarme. Ese es Dios y debo agradecerle por ser siempre así.

El Eterno. El constante. El hogar. El destructor de apatías. El Dios de inviernos y primaveras, el Dios que espera a Su amada... "hasta cuando ella quiera despertar".

Y despertar quiero, y aún para eso le necesito. Para aguardar el momento de los ojos abiertos. De la sonrisa nueva. Del cálido abrazo. Del compartirnos. Del no escribir demasiado de eso aquí.

Y le siento sonreír, no sé por qué.

No hay comentarios: