noviembre 11, 2015

Del dolor y la muerte

Me he acostumbrado a esta temporada dura de mi vida tanto que había olvidado lo que era desahogarme escribiendo. Casi que puedo decir que mi dolor se volvió silencio y no siempre el silencio es algo bueno, ni el callar el dolor por miedo a aparentar ser débil es la reacción correcta.

Aunque la tinta lo aguanta todo, siento que el desahogo de enviar esto al escenario "público" ayuda un poco, aún más que lo que me ayudaría hablarlo por las redes sociales, o comentarselo a quién no le importa.

O sea, es como un confesionario. Sí, ya me doy cuenta que sigue el mismo estilo de antes, la larga retahíla para poder comenzar, qué más da. Lo sé.

El dolor de la muerte es algo que sólo quien lo vive es quién lo goza. Digo que lo goza porque no sabremos como vamos a reaccionar hasta que pasemos por ahí, y qué tan humanos seamos cuando las decepciones que suelen surgir en momentos como estos aparezcan. Lo cierto es que aparecen y la sensibilidad a flor de piel no se hace esperar. Anhelamos que otros traten de consolarnos en nuestro dolor, o que muestren una señal de solidaridad con nosotros, pero siempre habrá quién ante la muerte no sepa qué decir, o prefiera pasar de largo.

Me he encontrado con todo ese tipo de personas en estos meses, luego de una gran pérdida. Me encuentro yo misma huyéndole al dolor, con cientos de ocupaciones y planes futuros. Es como si luego del intenso sufrimiento, la agonía de meses y años rogara por un escape y por un derecho a vivir cosas diferentes.

Pero lo cierto es que esto que dice la Biblia de que "Todo tiene su tiempo" es algo real, y debemos aprender a vivirlo, con humanidad, vulnerabilidad y algo de paciencia con nosotros mismos, y con otros. Que no es fácil, ese es otro tema.

Este tiempo de dolor o de luto, como se le suele llamar, es algo que debe vivirse y quizás al pretender ser fuertes y no llorar o no herirse fácilmente, atascamos una fuente que debe buscar salida para permitir entrar el verdadero consuelo y sosiego de los sentimientos. Para poder dejar frente al altar lo que nos fue dado y nos es quitado. Así nada más, pero en un proceso lento, al que en esta sociedad occidental llena de deberes y  afanes nos tiene poco acostumbrados.

Hoy es un día demasiado especial y siento haberlo arruinado por no poder callar mi dolor. Sé que debí haberlo hecho, pero es algo que me ha costado descargar en la presencia del Señor. A ratos me hace falta esa presencia física, poder verle soportar mis historias, mis recuerdos y toda mi rareza frente a este dolor. Quizás ahora sea el tiempo en que pueda sí o sí depender de Su paternidad y amor, disponibles 24/7 para mí.

Incluso aquí no puedo ser 100% vulnerable, siempre habrá cosas que sea mejor no contar. Pero ayuda mucho ser sinceros y esperar esa lluvia que viene luego de que hemos derramado todo lo que nos tenía atragantados.

La cosa es que el dolor es algo que debe vivirse, que no siempre se puede ser tan responsable y tan cristianamente correcto. Aunque algunas veces duela y las palabras no puedan devolverse.

Sólo espero que luego de que salgan todas estas emociones a flote, sea Dios quien ponga la curita en el corazón. Y que aún así, con tanto dolor, enojo y emociones encontradas, pueda ser esa débil persona que aún Él toma en cuenta para sus propósitos.

Me voy, dejando un bello escrito que habla mejor que todo mi desahogo, sobre la verdadera dirección que debe tomar el dolor.

Y una mujer habló, diciendo «Háblanos del dolor». 
Y Almustafa dijo: 
Tu dolor es la ruptura del caparazón 
que encierra tu entendimiento. 
Así como el hueso del fruto debe romperse 
para que su núcleo pueda exponerse al sol, 
así tú debes conocer el dolor. 
Y si pudieras mantener tu corazón maravillado 
ante los milagros diarios de tu vida, 
tu dolor no te parecería menos maravilloso que tu alegría. 
Y aceptarías las estaciones de tu corazón, 
así como siempre has aceptado las estaciones 
que pasan sobre tus campos. 
Y observarías con serenidad 
a través de los inviernos de tu sufrimiento. 
Gran parte de tu dolor es tu propia elección. 
Es una poción amarga 
con la que el médico que hay en ti cura tu ser enfermo. 
Por lo tanto, confía en el médico, 
y bebe su remedio con silencio y tranquilidad: 
porque su mano, aunque pesada y dura, 
está guiada por la mano tierna de lo invisible, 
y el cáliz que trae, 
aunque quema tus labios, 
ha sido hecho del barro 
que el Alfarero ha humedecido 
con Sus propias lágrimas sagradas.